domingo, 18 de noviembre de 2007

Tuvimos una armada, ¿y...?

La última vez que un rey español dijo algo parecido al “¿por qué no te callas? Fue hacia 1588, Esta vez fue Felipe II, y él sí tenía una Armada. En esta ocasión quien nos estaba bailando el agua era la reina de Inglaterra, Isabel I, pero no sólo ella, franceses y holandeses, le hacían la comparsa a la reina contra los intereses de la monarquía hispánica, como ahora se lo hacen los presidentes de Bolivia, Nicaragua o Cuba al presidente Chávez, frente a nuestro actual rey.

La rivalidad oceánica de la monarquía de Felipe II y la de la reina Isabel I, venía agravada en el continente por la subversión nacionalista de los Países Bajos, los intereses de la monarquía francesa y de la presión calvinista. No se trataba de hechos aislados coincidentes en el tiempo, sino de la contraposición de los intereses ecuménicos del rey prudente así como su empeño por imponer los principios de la reforma católica en toda Europa, frente a la díscola reina inglesa, que de posible consorte de Felipe II, se convertía ahora en la catalizadora de todas las acciones contrarias al poder español.

Felipe II creyó que una alianza matrimonial con Isabel I, podía haber resuelto el gran problema de los ataques ingleses a la hegemonía oceánica española. Desechada esta opción, Felipe no dudó en apoyar a partido católico y a María Estuardo, reina de Escocia, que, ante la crisis en este país producida por el choque de intereses entre la nobleza de los clanes, los calvinistas y los que la apoyaban a ella, optó por huir a la mismísima Inglaterra, donde su prima Isabel, la “protegería” durante algunos años. El peligro católico que representaba, los contactos con Felipe, y el fallido complot Babington, determinó a Isabel mandar cortarle la cabeza.

A Felipe II le convergían todos los problemas del imperio en un solo vértice: Isabel. La persecuciones a los católicos ingleses, el apoyo que había prestado a los Países Bajos por medio del conde de Leicester, nombrado gobernador general de las “siete Provincias”, o el apoyo dado a Enrique de Borbón en la sucesión al trono de Francia, llevaron a Felipe a querer intervenir directamente en la raíz del problema: Inglaterra y su reina.

La decisión del rey prudente de armar una flota para invadir Inglaterra toma cuerpo en 1587. Un gran esfuerzo de organización que a pesar de su magnitud, terminó en una gran derrota, tanto física como moral, en 1588. El lacónico “Mandé mis barcos a luchar contra los hombres y no contra los vientos y las olas de Dios” escondía la profunda frustración del monarca ante sus fallidos planes.

Este desastre no supuso el fin de la hegemonía española, faltan algunos años para que esta se consume, pero sí nos muestra el fracaso de la política de acción violenta frente a la política de la diplomacia, pues, aún habiendo triunfado la misión española ¿hubiera podido la monarquía hispánica mantener el control de la isla por mucho tiempo sin un desgaste que hubiera quizás acelerado el fin del imperio español?

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